Pocos eventos respiran tanto glamur como la gala del Balón de Oro. Los llamados por muchos ‘los Oscars del fútbol’ generan una expectación que va más allá de lo estrictamente deportivo. Basta con la alfombra roja para entender que se trata de una noche especial, única. Pero, nunca mejor dicho, no fue oro todo lo que relució este martes en el Théâtre du Châtelet de París. El sentir de los ahí presentes fue unánime: la organización fue un caos. Ésta y varias anécdotas más son la otra cara de una velada que coronó a Messi como mejor del mundo por séptima vez, a Alexia como mejor jugadora del mundo y a Pedri como mejor joven.
El día arrancó con un rumor que se propagó a la velocidad de la luz entre los periodistas: «Lewandowski ha venido con muchos familiares y amigos. Y hay más prensa polaca que nunca», se decía. Esto último lo confirmó la propia organización. ¿Y si el delantero del Bayern se erigía como ganador sorpresa del Balón de Oro? La incertidumbre creció hasta anunciarse los dos premios de nueva creación: uno de ellos, el de mejor delantero del año, sería para el ariete.
Lewandowski fue de los primeros en pasar por una alfombra roja que ‘cerró’ Messi para deleite de los espectadores. Leo había sido aclamado durante todo el día y su aparición provocó el éxtasis. Todos querían una foto de él. Quien no la tuvo, ni tampoco un saludo, fue Joan Laporta. Ya sea porque no hubo tiempo o porque no se buscaron -que cada uno piense lo que quiera-, la realidad es que el presidente azulgrana y el ’30’ del PSG no limaron asperezas. El propio Laporta lo explicó al término del evento. Sí hubo un afectuoso encuentro entre el rosarino y Pedri. Maestro y alumno dejaron una romántica imagen en su cara a cara en el interior de las instalaciones. Cuánto te echo de menos, pensaría el uno del otro.
No era la primera escena surrealista que se vivía. En el paso de Mbappé por la alfombra roja, dos periodistas estuvieron a punto de llegar a las manos. Como en un saque de esquina, aquello era un surtido de codazos y forcejeos. Que se lo digan a nuestro fotógrafo Valentí Enrich, que vivió una auténtica odisea para poder hacer su trabajo. No fue el único que sufrió complicaciones: los redactores tuvimos que cubrir el evento aglutinados en una sala de prensa en la que ni siquiera había enchufes para conectar los ordenadores. El enfado de los periodistas aún fue mayor cuando los audios y las traducciones empezaron a fallar. Ver para creer.
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